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Censo

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Los datos del nuevo censo se han publicado. Las cifras demográficas y económicas más frescas y completas que produce el país. Aunque a primera vista pueda parecer un aburrido ejercicio burocrático más del Gobierno, el conjunto de los resultados —así como las inferencias que nos permiten hacer— proporcionan una interesante radiografía de los cambios que vienen.

De las cifras publicadas por el US Census Bureau, la que más ha captado la atención de los medios en Estados Unidos es el 9.7% de crecimiento poblacional a lo largo de la última década. El ritmo más bajo desde los años 30 del siglo pasado. Según los nuevos datos, el país tiene ahora casi 309 millones de habitantes, el tercero más poblado del planeta.

Además del bajo crecimiento registrado a lo largo de la última década, la otra cifra a la que se le presta atención en Washington es la del desplazamiento de las trincheras políticas. Hacia el oeste y hacia el sur. El noreste y medio oeste pierden poder político a favor de estados como Texas, Arizona, Nevada y Florida. En su conjunto, el centro demográfico y político continúa su histórico desplazamiento hacia el Pacífico. El censo de 2010 dio cuenta de cómo, por primera vez en la historia, el oeste tiene ahora más representación política que el medio oeste.

Además de la pérdida de asientos en el Congreso en estados como Nueva York, Ohio y Nueva Jersey, la importancia de estas cifras radica en la capacidad que tienen los congresos estatales para rediseñar sus distritos electorales. Conocido como gerrymandering, se trata de un proceso mediante el cual cada diez años los distritos se redibujan por el partido en mayoría y, con ellos, se reconfiguran los grupos de votantes. Se hacen y deshacen alianzas.

Otro dato interesante que arroja el censo es el traslado de los inmigrantes de los centros urbanos a los suburbios de las ciudades. Una característica normalmente asociada a la clase media que, en este caso, sobre todo es indicativo de la expansión y crecimiento de estos grupos que, al igual que los blancos en los años cincuenta, ahora buscan mejores condiciones de vida.

Entre los grupos de inmigrantes, la población hispana tiene un papel especialmente destacable en el censo. No solamente se confirma como la primera minoría del país —ya por delante en números importantes de la población negra—, sino también como el grupo que más crece.

Por ello, mucho se ha discutido en años recientes sobre la importancia creciente de este grupo; sobre su valor político y sobre cómo se ha convertido en un factor electoral con cada vez mayor importancia. Tradicionalmente votantes del Partido Demócrata, ahora los Republicanos debaten si todavía están a tiempo para ganar el voto de al menos una parte.

Pero, al margen de la discusión sobre su valor electoral, las cifras del censo me recordaron el tema de fondo cuando se habla de la comunidad hispana en Estados Unidos. Sí, crecen como ninguna otra minoría; sí, tienen un creciente poder económico, demográfico y, en algunas elecciones, incluso se convierten en el grupo capaz de inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Pero, al margen de estos factores, ¿tiene la comunidad hispana la capacidad de traducir todo ello en un creciente poder político, es decir, de demostrar su capacidad como colectivo para influenciar, aumentar su representación en todos los niveles y, sobre todo, diseñar una agenda política accionable en las esferas más altas de gobierno?

Porque, cuando se trata de valorar su influencia, eso es lo que verdaderamente importa; el resto, son conjeturas.


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